La Newsletter de Tamara Tossi
Diario de una Mujer Moderna
#6 Masaje, crepe y bocadillo de albóndigas
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#6 Masaje, crepe y bocadillo de albóndigas

¡Hacía demasiado tiempo que no me daba un masaje! Pero ahí estaba yo, con una mancha de queso en el vestido esperando a que la recepcionista dejara de mirar su móvil y me confirmara que podía ir al cuarto de baño antes de tumbarme desnuda en una camilla durante sesenta minutos. El baño ha sido decepcionante: no encontraba el interruptor, me he tenido que lavar las manos a oscuras y habían rellenado el bote de jabón Aesop con uno barato y espeso. Sin embargo, había desodorante Dove y toallas que, a oscuras, parecían limpias. Una pregunta: ¿creéis que las toallas las vuelven a coger de los cubos de mimbre, las enrollan y las dejan colocaditas en la cesta de madera para que la siguiente clienta crea que están limpias? Me cuesta creer que las laven de verdad. De media, ¿cuántas personas se lavan las manos en un centro de masajes? Incluso en uno como Milky Hands. Pequeño, escondido en una placita enfrente de un teatro. Demasiadas. No, seguro que no las lavan. No sería ecológico. Cuando el medio ambiente está en juego, rellenar un jabón con otro más barato y con más químicos y engañar a las clientas resulta ético. No hay mal que por bien no venga. Mejor engañar y ahorrarse un dinero que recalentar el planeta. Las toallas, por cierto, estaban ásperas. Tanto como las manos de la masajista que debía de haberse mordido una uña antes del masaje. Pinchaba. La mayor parte del tiempo me ha masajeado con el codo y yo lo he agradecido. Si hubiese usado una cuchara de madera, como hizo mi querido Ross Geller, me hubiese parecido bien. La hubiese respetado, incluso. Todo con tal de no volver a sentir su uña. Solo me he relajado al final, cuando me ha masajeado los brazos y las clavículas. Aunque lo mejor ha sido la cabeza. No lo puedo negar. Cuando me ha agarrado la cabeza con las dos manos ha sido como pagar por sexo. Ahora entiendo a Vivian. Durante un invierno tuvimos a dos tailandesas viviendo en el piso de encima suyo. Daban masajes en el parque de El Retiro. En verano se fueron porque tenían que dar masajes en Marbella. Vivian subía a su casa dos veces a la semana. La masajeaban a cuatro manos y después bebían juntas una infusión de jengibre con hierbas que, según Vivian, hacía que tuviese que pasarse la noche en el cuarto de baño. Las dos tailandesas tenían las manos llenas de callos pero Vivian decía que, no solo no la molestaba, sino que la gustaba la presión extra que ejercían los callos. La parte callosa presionaba en la carne más que la no callosa. Cumplía una función vital. No sé. Me hubiese gustado que mi masajista tuviese las manos suaves y que no tuviese granos.

A la salida, un hombre sin camisa hablaba solo mientras bebía de una lata de cerveza y el teatro tenía pinta de llevar cerrado mucho tiempo.

Me he ido a comer un crepe. Une crêpe, como dirían los franceses.

Mañana, D. tiene análisis.

Espero que Kamala Harris gane las elecciones.

Para cenar, he pedido un bocadillo de albóndigas.

Tamara Tossi ©

El bocadillo de albóndigas es algo que suena a inventado pero es real, muy real.

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