3 vasos grandes de agua de mar.
1 zumo de apio.
Vivian no para de decirme que las bodas son, después de los viajes a Tailandia y de los cumpleaños infantiles, la primera fuente de focos infecciosos. Está tan pesada que no he podido ni preguntarle por el tarotista. Ni siquiera ha querido venir a casa cuando le he propuesto robar las sombrillas del Panorama.
—He perdido la ilusión —ha dicho.
Una pena. Sin Vivian a mi alrededor, no me queda más remedio que conformarme con seguir bebiendo agua de mar. Espero que mi cuerpo se acostumbre pronto. En la boda tuve que ir dos veces al baño de los hombres, porque en el de las mujeres había demasiada cola y, hacia el final de la noche, consideré que mear en los pinos que había alrededor de la pista de baile era mejor que encontrarme a un montón de hombres en fila, con el pito fuera y charlando sobre fútbol.
Llegamos a casa pronto, a eso de las tres de la mañana.
Mi grano seguía donde estaba por la mañana.
Pero, por culpa del parche con forma de zanahoria, tenía la punta blanca y seca.
En la boda, ningún adulto me intentó besar.
Tamara Tossi ©
Share this post