Acabo de volver de cenar en casa de Vivian. Que me ha invitado a cambio de olvidar las paranoias y entregarnos al hedonismo. Me he tenido que morder la lengua en un par de ocasiones pero, en ningún momento durante toda la noche, ni siquiera cuando ha mencionado que se le habían gastado las pilas de las luces de la encimera de la cocina, he mencionado el kit de emergencia para la guerra. No he querido recordarle malos momentos ni alimentar su miedo. Resulta reconfortante saber que alguien, aunque solo sea una persona, sigue teniendo fe en el ser humano. Sobre todo desde que sé, me lo contó mientras preparaba una ensalada con el bote de caballa que yo había comprado como parte de mi kit de emergencia para la guerra, que su madre murió poco después que su abuela, la madre de su madre, pero de forma algo diferente. La abuela murió durmiendo, de un ataque al corazón y la madre de Vivian, en cambio, murió follando con un mulato de los que vendían pañuelos en el semáforo de al lado de su casa. Visto así no me da tanta pena, dije a la vez que tiraba el aceite sobrante por el desagüe de la cocina y apartaba el bote de cristal vacío y lo tiraba en el cubo de basura reservado para los restos orgánicos.
Vivian me miró y se echó a reír.
Yo prefiero que el traqueteo no se alargue más de lo necesario, dijo.
Cerré la puerta del mueble y le miré a los ojos.
Lo digo en serio, quiero dormir. Y se giró y añadió unos tomates cherry que acababa de cortar en una tabla de madera con las iniciales de su familia pintadas en rojo.
Cogí un canónigo de la fuente de porcelana rosa y me lo llevé a la boca. Los dedos me olían a caballa. Vivian echó los tomates en la fuente de porcelana y lo mezcló todo con los dedos. Cogió un trozo de tomate y se metió los dedos en la boca. La ventana estaba abierta y olía a césped mojado y a abono. Hacía dos días que habían abonado el jardín de la piscina y Vivian se había pasado las primeras veinticuatro horas tapándose la nariz con los dedos y quejándose de que, ya que olía a caca de vaca, al menos en lugar de abono químico, podrían haber usado verdadera caca de vaca.
Y si no les gusta ya saben donde tienen la puerta, yo, de todas formas, tengo a mi pingüino.
Me eché un poco de la ensalada en el plato y asentí.
Antes de dormirme he comprobado que la linterna funciona.
Tamara Tossi ©
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