Nunca he entendido la fascinación de alguna gente con los planes que involucran a los perros. Me estresan. Son como asistir a una fiesta de cumpleaños infantil donde todos los invitados están descalzos, hiperactivos y propensos a mear en círculo. Y encima hay que fingir que es divertido.
Aun así, ayer me apunté a uno de esos planes. La razón fue que, a veces, hay planes que no se pueden evitar. Y también, supongo que de algún modo retorcido, pensé que sería buena idea alejarme de mi zona de confort y llevar a Olivia al parque para que conociera al labrador de un amigo. Lo que no sabía era que esa pequeña excursión iba a derivar en un incidente que involucraría mis dedos, un palo y unas gafas de sol de niño que encontré escondidas en el césped. Pero vamos por partes.
Todo iba relativamente bien (es decir: yo fingía que no me molestaban los otros perros y que mis gafas no paraban de resbalar por mi nariz por culpa del sudor y Olivia fingía que me obedecía) hasta que la vi detenerse en seco. Tenía la expresión de alguien que acaba de darse cuenta de que ha enviado un mensaje de voz de dos minutos hablando mal de su jefe… al grupo equivocado. Se frotaba el hocico con la pata, cada vez más rápido. Se la había atravesado un palo en el paladar. Mi primer impulso fue el más maternal y menos sensato: la metí los dedos en la boca. Intenté maniobrar como si supiera lo que estaba haciendo, Dani encendió la linterna del iPhone y enfocó hacia el fondo de la garganta de Olivia, ninguno de los dos pensó que yo estaba a punto de perder una falange. Obviamente fracasé. Había que sacar la tarjeta de crédito e ir al veterinario.
Fue en ese momento, justo cuando empezábamos a correr hacia el coche rumbo al veterinario, que vi unas gafas de sol de niño tiradas en el césped.
Mamá te puede sacar el palo con esto, dije.
Olivia seguía frotándose el hocico de manera cada vez más frenética.
La bloqueé en el suelo y usé las gafas como si fueran unas pinzas de precisión y, contra todo pronóstico, funcionó. El palo salió. Olivia me miró como si fuera la madre más guay del mundo. En cambio, yo estaba sudando, temblando, y con la ropa llena de sangre.

Hoy Olivia está bien. Yo también. Las gafas están en mi bolso. No sé por qué. Tal vez por si vuelvo al parque.
Tamara Tossi ©