Son las seis de la tarde y casi todos mis amigos, excepto los gays, tienen hijos. Los bebés han ido llegando como el invierno, un día crees que hace demasiado calor para ser enero y al día siguiente llevas dos jerséis. Más o menos ha ocurrido así.
Hace poco estaba en un centro comercial con una de mis mejores amigas, con tres hijos y embarazada del cuarto. Los niños han ido creciendo y, el más pequeño, cada vez que me ve, me pregunta quién soy. Estoy segura de que piensa que soy un fantasma que, cada cuatro años, aparece por su casa con regalos, pero no dice nada para no quedarse sin los regalos.
Por suerte para él, la última vez que nos vimos, además de llevar regalos, nos tomamos un helado mientras él y sus hermanos jugaban en las maquinas recreativas. Los hombres se ocuparon de supervisar a los niños y solo les reemplazamos cuando, en tramos de media hora, salían a fumar a las escaleras del aparcamiento. Estuvimos juntos unas tres horas y, cuando llegó el momento de despedirnos, tardamos más de cuarenta minutos en hacerlo. Ellos tenían que volver a casa para preparar el examen de matemáticas de su hijo pequeño, el que cree en los fantasmas, y nosotros teníamos que recoger a nuestra perra de la casa de los padres de mi marido.
De camino a Madrid, paramos en un McAuto y cenamos en el coche. La perra de quedó dormida en el asiento trasero y, cuando llegamos a casa, me pidió la cena nada más entrar. La puse su pienso en un bol, me lavé los dientes, me puse el pijama y me dormí aliviada de no tener que ayudar a uno de mis hijos a preparar un examen.
Al día siguiente por la tarde, y para sacarme el olor a hamburguesa de encima, me fui a comer un helado mientras leía un libro. Era lunes por la tarde y la cafetería estaba llena de familias con niños. Los había de todas las edades. Casi todos vestidos del color del arcoíris. Una niña pequeña se cayó delante mío mientras miraba mi helado. Su padre me guiñó el ojo. Bajé la cabeza. Antes de irme estuve a punto de pedir otro helado para llevar. Estaba a dispuesta a decir que era para mi perra pero entonces recordé que los perros no pueden comer azúcar. No quería ser ese tipo de madre. Hacía frío y me había puesto dos jerséis.
Tamara Tossi ©