Llévame a Stars Hollow
Siento nostalgia por esa escena, ese día, esa vida, ese pueblo, el olor de sus tartas, generosas, dulces, felices.
Hay un capítulo de las Chicas Gilmore en el que el novio de la madre, un profesor del del colegio privado al que asiste la hija, llama por teléfono para que Lory le ayude a elegir un anillo de compromiso para su madre. El futuro marido empieza a describir la forma que tienen los anillos que ha elegido; el primero es de oro amarillo y tiene un diamante en el medio, el segundo es de platino, también con un diamante en el medio y varios pequeñitos a los lados. En la escena se le ve eligiendo con cuidado las palabras, a Lory repitiéndolas en voz alta para que Lorelai pueda escuchar lo que está diciendo. Ninguna de las dos han visto los anillos, su decisión estará basada en la confianza, en la palabra de la otra persona.
Esa escena me hizo pensar en mi anillo de compromiso y recordé que llegado el momento de comprar alianzas, visitamos la tienda de Tiffany&Co en Rue de la Paix en París, la de Ortega y Gasset en Madrid y finalmente la de la Quinta Avenida y la del Soho para decidir que todas tenían alguna pega. Eran demasiado gruesas, pesadas, pretenciosas, brillantes, sencillas. Después, el día de la boda, entré en la tienda de souvenirs del City Clerk’s Office de Manhattan donde nos casamos y compré un anillo bañado en plata que haría de alianza. Lo reconozco, cada vez que veo un capítulo de las Chicas Gilmore vuelvo a ese momento, a esa tienda con imanes que dicen «I got married in NYC», a sus ojos, a estar en pijama, a las ganas de preparar un café y pedir un trozo de tarta, a querer hacer las maletas y mudarme a Stars Hollow. Y lo haría, ya lo creo que lo haría. Lo haría si supiese donde se encuentra, hacia donde tengo que dirigirme, que tren debo tomar.
Sé que no soy la única, sé que no me dejaréis sola en esta sensación de haber perdido el horario de los trenes y de no saber como descargar la aplicación en la que los podemos encontrar. Sé que somos muchas las que sabemos que no es lo mismo comer una pizza directamente de la caja, en el sofá, que con cuchillo y tenedor, aunque sean de plata, grabados con la iniciales de la familia. Somos muchas las que deseamos que los supermercados tengan una luz menos brillante que al ser posible nos permita llevar los ojos abiertos y seis pasillos en lugar de treinta y cinco, las que pensamos que no hace falta que haya doce tipos de salsa barbacoa ni trescientos anillos entre los que elegir. Estamos deseando poder volver a comer los cereales directamente de la caja, tirar esos boles monísimos y carísimos que compramos y en los que los cereales terminan por caducarse porque tenemos miedo a cogerlos con las manos sucias y mancharlos o terminar estampándolos contra el suelo a las cinco y media de la mañana. Estoy casi segura que muchas de nosotras seríamos felices pudiendo desayunar, comer y cenar en el café de Luke, sin volver a comer jamás una hamburguesa de Minetta Tavern.
Os confieso que estoy ansiosa por saber quienes serán las primeras personas que me encontraré al llegar al paraíso. Si me darán indicaciones para llegar hasta mi cabaña y me dirán donde encontrar un sandwich de asado y una taza de café. Esas personas fundamentales en nuestras vidas, capaces de describirnos como será nuestro futuro anillo por teléfono y que solo encontraremos cuando estemos en el lugar correcto, con el pijama adecuado.
Siento nostalgia por esa escena, ese día, esa vida, ese pueblo, el olor de sus tartas, generosas, dulces, felices.
Tamara Tossi ©
Tamara Tossi es la autora de Modern Ladies (Mujeres Modernas) puedes unirte a la conversación en Instagram o Facebook