Las galletas y las faltas graves
Esta foto la he tomado a las siete menos cuarto de la mañana, nada más llegar al gimnasio. En la calle llovía y hemos ido en metro porque Olivia, cuando era pequeña mordió uno de los cinturones de seguridad del coche y, ayer, al pasar la ITV nos dijeron que teníamos que cambiarlo y que no hacerlo era una falta grave. Por supuesto tengo el pelo húmedo, las arrugas marcadas y cara de sueño y de solo haber comido un puñado de un mix de frutos secos que guardamos en un bote de cristal grande como para meter dos o tres paquetes de galletas.
Casi nunca le hago selfies cuando hago ejercicio y, las pocas veces que lo he hecho, me he descubierto comparando mis fotos con las de las chicas que veo en Instagram. Esta mañana, por ejemplo, la chica que me ha cogido el relevo en el espejo tenía las abdominales marcadas como una galleta pasada suavemente con un tenedor de plata de puas gruesas y la cara de haber dormido doce horas en un colchón de esos que te prometen que, si te hipotecas para comprarlo, te podrás convertir en Serena Williams aunque nunca en tu vida hayas cogido una raqueta.
No sé la razón por la que nos hacemos selfies en el gimnasio pero ahora mismo son las dos de la tarde, sigue lloviendo, le acabo de comer unos buñuelos de bacalao y la única razón que se me ocurre para justificar dichos selfies, si es que existe alguna, es que lo hacemos para dejar constancia de que estuvimos en el gimnasio o en yoga o en cualquier sitio en el que se sude y no haya que pagar una fortuna para que te prometan que puedes vivir un poco más y mejor aunque, cometas lo que hoy en día se considera una falta grave. Es decir, que además de frutos secos, comas galletas.
Tamara Tossi ©