Es posible que muchos de mis amigos dejen de llamarme después de leer esto, pero la realidad es que, muy a mi pesar, y desde hace algún tiempo, estoy reduciendo mi ingesta de gluten.
Adiós a los platos de Spaghetti alle vongole, seguidos de un nuttellotto. Sé que muchos de los platos de pasta y muchos de los dulces se pueden encontrar sin gluten. Pero la verdad es que cada vez que los como me siento triste. Me pregunto si lo que estoy haciendo es bueno, malo o regular para mi salud y, de paso, para la del planeta. Por supuesto, supongo que al planeta le da igual lo que yo haga con el gluten. Al planeta le importa la amenaza nuclear, supongo. Lo que a mí no me da lo mismo es no encontrar pan, ni pasta ni dulces que me hagan feliz de verdad. Con esa felicidad que es casi indescriptible. Absurda y más propia de una niña con el cerebro a medio hacer que de una adulta con el cerebro, presupongo, totalmente formado.
El pan de sarraceno del supermercado caro del parque del centro comercial está delicioso y también las tartelette del otro supermercado, el ecológico que está pegado a mi centro de yoga, algo menos caras que el pan de sarraceno, cuya harina la muelen, según aseguran, en Francia a mano. Y sin embargo, a las dos cosas les falta algo, no sabría de decir qué. Creo que una parte de mi antigua yo. La que no sabía qué era el gluten y a la que no le importaba si inflamaba o no el cerebro.
Siento que entre ese pan y yo hay un campo de trigo entero. Uno radiante y soleado en el que yo me tumbo al sol de mediodía sin protección solar. Siento que la tartelette representa mi futuro. Quizá no solo el mío. Si los que saben del asunto tienen razón, la promesa de futuro de la pastelería francesa estaría puesta en las postres sin gluten. Según ellos, habrá de todo. Ya hay, solo en Madrid he encontrado pains au chocolat que pesan como tartas, croissants que parecen magdalenas y financiers pastosos. Casi todo lo que una se imagine.
El futuro es lo que va a pasar y el pasado lo que ya ha ocurrido. El pasado es lo que yo fui. El gluten que ingerí sin saber lo que estaba ingiriendo y lo feliz que fui al hacerlo. La verdad, no sé si el futuro de la humanidad pasará por una dieta sin gluten, igual que no sé si el futuro de la humanidad pasará por un paraguas nuclear. Lo que sé es que, a veces, al intentar no morir nos estamos precipitando hacia un lugar oscuro en el que solo hay átomos de información que no sabemos cómo procesar. Mi cerebro es de carne y hueso o de sesos y huesos, no tengo muy claro lo que tengo ahí dentro. Pero sé que es limitado y que echo de menos el pan con gluten de la casa de mi abuela y que todas las señoras del barrio se morían viejas y sin enfermedades que tengo que buscar en internet. No sé, puede que me esté poniendo emocional, creo que me voy a comer un poco de pan de sarraceno con mantequilla francesa y una tartelette.
Tamara Tossi ©