Entiendo la importancia de los gimnasios, la salud, retrasar la muerte y todo eso. Lo que no entiendo es la necesidad imperativa que lleva a la gente a hablar por teléfono mientras pedalean en la bicicleta o corren en la cinta. ¿No tienen miedo de matarse? Quizá es que prefieren morir hablando, eso tendría mucho sentido.
En mi caso, preferiría morir calladita pero acompañada. Eso era en lo que pensaba mientras miraba el contador de calorías y esperaba oír la alarma que había puesto en el móvil. Mientras tanto, intentaba saber de qué trataba la conversación de la mujer de al lado.
Eso lo tienen que ver ellos, dijo.
Subí el volumen de los AirPods y la inclinación de la cinta y el lago Constanza apareció delante de mí.
Lo digo en serio, escuché.
Bajé el volumen. Quería saber qué era lo que la mujer decía en serio. Necesitaba desesperadamente que alguien me contara qué era lo que tenían que ver ellos y, sobre todo, quiénes eran ellos.
Las conversaciones ajenas nos crean necesidades que no sabíamos que teníamos, nos alejan de nuestro sufrimiento. Mirar a los demás sufrir es más fácil que ver como el contador de calorías te hace sentir que subes la cuesta del lago Constanza a la velocidad de una tortuga. Si te concentras en cotillear las conversaciones ajenas, te olvidas de que existe la posibilidad de que no llegues a la cima desde la que, según la publicidad, se ve una panorámica fantástica del lago. Incluso puede que escuchar las conversaciones ajenas, sea la única razón real de que existan los gimnasios. De no ser así, hacer ejercicio en una sala cerrada mientras respiras el aire acondicionado que sale de una rendija colocada al lado del botón para parar la máquina en caso de amago de infarto, no tendría mucho sentido. Subirnos a una báscula desnudas o meternos en la sauna y sentirnos orgullosas de nuestra depilación brasileña, no es suficiente. Hace falta algo más. Algo que nos haga tener ganas de encerrarnos en una habitación con un centenar de seres humanos sudando. Lo bueno de mi gimnasio, al que me acabo de apuntar, es que la gente huele a Le Labo.
Sin embargo, pediría una cosa. Querría que las personas que no paran de hablar por el móvil se molestaran en explicarme el contexto de la conversación. Si eso ocurriera, su parloteo me molestarían mucho menos. También les agradecería que me dijeran si cuentan con algún descuento para comprar su perfume. Gracias.
Tamara Tossi ©