Esta es la máquina de vending que hay a la entrada de mi gimnasio, encajonada entre las escaleras y un banco de madera o plástico, no lo tengo claro. Esta mañana, a la salida, me acercado a ella por casualidad. O para ser sincera, en busca de algo que no llevara azúcar ni productos químicos o calcerígenos.
Las máquinas de vending, y en esto creo que estaremos todos de acuerdo, son el gran invento de este siglo. Un invento equivalente a la máquina de hacer gofres o a la grapadora eléctrica. Sin embargo, por desgracia, a diferencia de la gofrera, que todo el mundo sabe que es una máquina que hace unos dulces repletos de azúcar y de la grapadora eléctrica, que, se ve a la legua que puede convertirse con facilidad en una máquina de matar, la máquina de vending pretende vendernos salud.
Nos quiere vender una vida llena de proteínas en polvo, de sales minerales con sabor a vainilla o fresa, chcolatinas, sándwiches envasados en los que el jamón nunca deja de estar rosita. Están hechas para que creamos que estamos en buenas manos y no quiere que nos deshidratemos ni nos aburramos. En la de mi gimnasio no hay sándwiches ni chocolatinas. Pero, además de agua mineral, en botella pequeña y relegado a la parte de arriba, hay bebidas con electrolitos.
Sin embargo, ya que me he visto, a las ocho de la mañana, cara a cara con la posibilidad de vivir o morir de forma prematura, y contra todo pronóstico, he decidido vivir. Pero, sí, llevo todo el día pensando en la bebida de proteína con electrolitos con sabor a cookies and cream. Me la bebería mientras me como un gofre y voy grapando los papeles de mi renuncia al gimnasio. Al menos la bebida que quiero no lleva gluten. Repetid conmigo, cookies and cream, cookies and cream.
Tamara Tossi ©
