Viaje de ida a la Antártida
¿Se puede llevar un Jackie 1961 en la Antártida? ¿Y unas zapatillas plateadas?
Leo en el periódico que la Antártida se está resquebrajando y la noticia me produce cierto alivio.
Si la Antártida se está resquebrajando ya no tendré que preocuparme durante mucho tiempo por las mujeres, siempre mujeres, que comen mandarinas en el metro, ni por los fluorescentes de las tiendas de cosméticos, ni tampoco por las personas que comen con la boca abierta, ni por los hombres, siempre hombres, que dicen que van a llamar y nunca lo hacen. Si los bloques de hielo siguen desprendiéndose, ¿qué más da que no encuentre unas cortinas para el salón? Quizá es el momento de comprar una secadora y de volar hasta Maldivas solo para pasar una semana en una cabaña de madera desde la que ver el fondo del mar. Si las reservas de hielo que están destinadas a garantizar nuestra supervivencia, se derriten, no tiene sentido guardar el dinero en el banco, más me valdría comprarme un Jackie 1961 y también las zapatillas plateadas en las que llevo pensando tanto tiempo.
Hay en esa noticia una especie de confirmación premonitoria. Algo que sentí hace algunos años, cuando entré por primera vez en un Primark. Si éramos capaces de fabricar toda esa ropa, debíamos ser capaces de morir por ello. Si queríamos camisetas a dos euros y calcetines a cincuenta céntimos, alguien debía terminar asfixiado por el dióxido de carbono o asado como un pollo por el sol. Quizá la mujer que come mandarinas en el metro, no sería la única que se merecería estar muerta. Todos lo estaremos tarde o temprano. Eso es lo que debió pensar la primera persona que decidió que pagar cinco euros por un billete de avión era lo que la clase media necesitaba.
Lo que la clase media necesitaba era pasear en góndola por Venecia, escuchar una misa del Papa en la Plaza de San Pedro, adentrarse en las pirámides de Egipto, beber Moët & Chandon en Nueva York, contemplar el fondo marino en Maldivas, subir a la Torre Eiffel, pasear por la Quinta Avenida, ver un atardecer desde un jacuzzi en Santorini, comer mandarinas en Saint-Tropez, Ibiza, Londres, Malta, Tailandia, Bali, Islandia, Groenlandia y si nos dejan, hasta en la Antártida.
¿Se puede llevar un Jackie 1961 en la Antártida? ¿Y unas zapatillas plateadas?
Es viernes por la tarde, y de repente, nada me preocupa. El problema no es que nos vayamos a morir todos. El problema es que nos vamos a morir de una insolación y yo odio el calor.
Tamara Tossi ©