Jadear como una perra
El calor inesperado provoca síntomas inesperados. Me golpea la cara, me hincha las piernas y, cada vez que me siento a escribir, en lugar de concentrarme, jadeo como mi perra
No paro de conocer a gente que adora el calor. Cada vez que salgo a la calle para pasear a la perra, que ya jadea, alguien me recuerda el buen tiempo que hace, lo afortunados que somos y lo agradable que resulta dar un paseo por el campo, pero nadie me habla de la amenaza, de lo antinatural del asunto. El calor inesperado provoca síntomas inesperados. Me golpea la cara, me hincha las piernas y, cada vez que me siento a escribir, en lugar de concentrarme, jadeo como mi perra. Me hunde en un estado semihipnótico en el que lo único que puedo hacer es una lista de los síntomas que, con el tiempo, he detectado como recurrentes. Esto es lo que me ocurre cuando llega el calor:
Empiezo a ver los mismos helados en todas partes.
Me mareo a menudo.
Confundo la leche de almendras con la de coco.
Me da asco lavarme las manos en los baños públicos.
Quiero pasear pero me molestan los coches.
Recuerdo que cuando mi perra era pequeña, mordió los reposabrazos de mi sillón de lectura. Miro en Wallapop y añado unos cuantos sillones con reposabrazos menos mordidos a mi lista de deseos.
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