En la Costa Azul
En mi cabeza es verano, muy verano. Estoy en la Costa Azul, con un bañador hasta las pantorrillas
A pesar de que la naturaleza nos demuestra una y otra vez que no tenemos ningún control sobre ella, los seres humanos, seguimos creyendo que sabemos de qué va esto que llamamos planeta tierra. Y no solo eso, creemos que podemos controlarlo, manejarlo, manipularlo a nuestra conveniencia para hacer de él un lugar mejor según nuestros propios códigos que, por cierto, casi nunca resultan ser los mejores.
Os contaré el caso de una de mis mejores amigas. Una chica sana que va andando a todas partes y que el máximo daño que hace al planeta tierra es el cigarrillo que se fuma antes de entrar a trabajar y el que se fuma antes de dormirse. Por lo demás, es una persona responsable. Sin embargo, me acaba de decir que su alergia al polen ya está en plena ebullición. Normalmente, su periplo con la Ebastina empieza a mediados de marzo pero, este año, ya hace más de una semana que tiene que tomar la dosis de medicación que antes tomaba en mayo.
El caso de mi amiga no me ha sorprendido. El almendro de mi vecina ya ha florecido, y a pesar de que, en mi casa, el árbol de Navidad ha tenido las luces encendidas hasta ayer, hace unas semanas que no paro de pensar que el verano está a la vuelta de la esquina. No cabe duda de que puede parecer que estamos en pleno invierno pero en mi cabeza es verano, muy verano. Estoy en la Costa Azul, con un bañador hasta las pantorrillas. Llevo gorro de baño, no hace calor pero tampoco frío. El mar está turquesa, no hay casi nadie, todavía no es tan popular, no llegan los vuelos low cost, no hay apartamentos vacacionales, Emily in Paris queda muy lejos. Tan lejos como la nieve y el almendro de mi vecina sin hojas.
Viajar no es solo coger un avión. Es mirar mapas, rutas, fotografías, hoteles, restaurantes, calcular kilómetros. Comprar crema solar, ibuprofeno, tiritas, tijeras, cuchillos y tenedores desechables por si, en algún momento, durante mi viaje por la Costa Azul se me antoja una tropézienne. No lo puedo remediar, me gusta comer la tropézienne con cuchillo y tenedor. Tiene algo de esa Costa Azul con la que sueño. Con la ligereza. Fitzgerald. La tranquilidad. Las mujeres leyendo revistas sentadas en sillas de rayas a la orilla del mar mientras los hombres se pasean fumando puros. Después de colgar a mi amiga, me he dado cuenta, que al igual que a mi amiga no se le había ocurrido que la primavera se pudiese adelantar, a mí, no se me había ocurrido que todavía quedan muchos meses para el verano. Espero dejar de soñar con la Costa Azul y con la tropézienne, si no, el invierno, a pesar del polen, se me va a hacer muy largo. Incluso en un planeta tierra en el que el agua del mar está a punto de estar tan caliente que será posible cocer un huevo.
Tamara Tossi ©