Confiar
Si mi vida ha cambiado en algo desde que la Organización Mundial de la Salud declaró que la COVID constituía una pandemia, es que ahora sé cuanto nos necesitamos los unos a los otros.
Hace un año que la Organización Mundial de la Salud declaró que la rápida propagación del coronavirus constituía una pandemia. Mi vida ha cambiado mucho desde entonces, como la de todos, menos que la de la mayoría. Ni mi marido ni yo hemos perdido nuestros trabajos, ni hemos estado enfermos, nuestras familias se encuentran sanas y aunque sí que ha habido perdidas de personas cercanas a causa de la COVID, nuestra capacidad para digerir todo lo que está pasando sigue siendo limitada. En nuestros entorno cercano, como en el de todos, las conversaciones oscilan entre lo desafortunado de las medidas impuestas por el gobierno, la conveniencia o no de ponerse la vacuna o la necesidad de un confinamiento en un país que está siendo tomado por los países vecinos, cuyas medidas para controlar el virus son mucho más estrictas que las nuestras, como un lugar de vacaciones exótico en el que es posible sentarse a cenar en un restaurante o bailar reggaeton si sabes donde buscar.
Mi vida transcurre tranquilamente entre el trabajo y la escritura, y mi cabeza la ocupan preocupaciones tan banales como mi futuro. Decir que el futuro se ha convertido en algo incierto resultaría demasiado obvio. Quizá lo correcto sería decir que la pandemia está siendo usada como excusa para todos nuestros males, para enmascarar la falta de oportunidades que ya existía antes y que se agravarán ahora, por culpa de la pandemia, sí, pero también por culpa de querer convertir a Madrid en Dubai. Estamos intentando construir un futuro tomando como ejemplo a lugares en los que el éxito está basado en las desigualdades, países que representaban el progreso a la antigua usanza. Si algo he aprendido y estoy segura de no ser la única, es que a la antigua usanza ya no sirve, no servía entonces, pero estábamos entretenidos recibiendo un masaje en el piso dieciocho del Hotel Burj Al Arab o tomando uno de sus mocktails que tienen el atractivo de no llevar alcohol.
La pandemia nos ha enseñado muchas cosas y nos ha quitado muchas otras, ha puesto en evidencia hasta que punto no confiamos los unos en los otros. Ha dado alas a los que quieren controlarnos con el pretexto de hacernos más libres, a las noticias sin fuente ni fundamento que minan la toma de decisiones de todos aquellos cuya capacidad de discernir se ha visto afectada no por la COVID, sino por la vida. Las teorías de la conspiración no son algo que debamos pasar por alto, ni que tomar a la ligera, no son cosas propias de personas sin cultura ni capacidad crítica. Todos conocemos a gente inteligente que se ve en mayor o menor medida influenciada por estas teorías, mermadas en su capacidad de empatizar, controladas desde lo más profundo de nosotros, desde el lugar en el que todo surge y todo acaba, desde donde tomamos las decisiones vitales en nuestra vida, el centro del miedo y la desconfianza. No nos queremos poner la vacuna porque no confiamos en los que la han creado. Confiamos en nuestros iPhones y en sus rastreos, confiamos en las noticias que surgen al margen de los periódicos porque pensamos que éstos están influenciados por su ideología. Confundimos ideología con información y ya no confiamos en nuestra capacidad de separar la una de la otra, ni en nosotros mismos.
Si mi vida ha cambiado en algo desde que la Organización Mundial de la Salud declarara que la COVID constituía una pandemia, es que ahora sé cuanto nos necesitamos los unos a los otros, sé que debemos recuperar el sentido de comunidad y mantenernos unidos, que nos necesitamos respirando, hablando, llorando, amando y confiando.
Tamara Tossi ©
Tamara Tossi es la autora de Modern Ladies (Mujeres Modernas) puedes unirte a la conversación en Instagram o Facebook