Algunas cosas: Los Diarios de Virginia Woolf
Estuve segura de que si no tenía cuidado me quedaría atrapada en esa luz para siempre, admirando un estúpido caracol
El escritorio de Virginia Woolf en Monks House, Sussex, Inglaterra. National Trust
Si es verdad que con lo años se pierden algunas cosas, véase el caso del colágeno y algunos aminoácidos esenciales para que nuestro pelo y nuestras uñas se mantengan brillantes y jóvenes, también lo es, que con los años, se adquieren otro tipo de cualidades que hacen que cuando nos topemos con una verdad como un templo sepamos identificarla.
«Sábado, 26 de agosto
Después de mi sesión de escritura matutina, las 11:30, y tras haber escrito una página entera y bastante bien, al fin, puedo dejar que mi cerebro termine su recorrido por este suelo más terrenal. Hace un día estupendo, uno entre la docena de días buenos de este verano. No creo que haya contado lo suficiente sobre el dislocado desorden que tuvo lugar durante los meses de junio, julio y agosto. Me hace pensar en una vitrina de porcelana con miles de roturas y deformaciones. Pero hoy hace bueno y ayer fuimos a Charleston en autobús por primera vez. Después de todo hay que respetar la civilización. Este pensamiento me vino a la cabeza el otro día cuando estaba en una calle de Brighton, desde la que se veían las colinas. La gente se mostraba irritada e impaciente, y se empujaban unos a otros; la colina parecía serenamente sublime. Pero pensé que aquel frenesí de la calle es realmente el mejor de los dos, el más valiente. Una debe declararle la guerra al césped inerte con un caracol de vez en cuando y una ondulación de terreno que cuesta 2.000 años para que se produzca. Pero diría que este pensamiento fue algo impuesto: A mí me gustan mucho más las colinas.»
Me topé con esta entrada del segundo volumen de los Diario de Virginia Woolf una mañana en la que ni mi pelo ni mis uñas tenían buen aspecto. El sol se colaba por la ventana abierta y, como diría alguien que no soy yo, hacía que las hojas de los árboles se reflejasen en mis papeles y en el teclado de mi ordenador. Hablando en términos de productividad, no había sido una semana ni buena ni mala, pero olía a césped recién cortado y estuve segura de que si no tenía cuidado me quedaría atrapada en esa luz para siempre, admirando un estúpido caracol. Atrás quedaron los días en los que corría llena de energía por las calles de París, eso es lo que recuerdo de entonces, la energía. No soy la única.
Tamara Tossi ©
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