Alegre inconsciencia
Yo estaba enamorada de París y lo sigo estando. Si no fuera de esa manera no me dolerían las costillas ni tendría ganas de acunarla entre mis brazos
La Torre Eiffel es según todas las estadísticas uno de los monumentos más visitados del mundo. Lo que hace que París sea una madre orgullosa que mira a su bebé sin saber si la quiere o la odia. Sin embargo, París es también una idea que, lejos de llegar a concretarse, se queda flotando en el aire impregnado de burbujas diminutas de champán. Si esa idea no existiera, París y su Torre Eiffel se oxidarían de la misma manera que se oxidan los cuchillos viejos y muy usados. París se sostiene con alfileres sobre libros, cuadros y películas. Y por extensión, sobre las personas que aman esos libros, esos cuadros y esas películas. Pero al turista alemán que murió el pasado sábado a manos de un yihadista no le sirvieron de mucho ni los libros, ni los cuadros, ni las películas.
A raíz de la celebración de los Juegos Olímpicos del año que viene, unos y otros se empiezan a preguntar si París es, a fin de cuentas, segura. Dando por sentado que París, fue, en algún momento entre los atentados del 2015 y los del pasado sábado, segura. Una suposición tan naíf como creer que un turista podría haber paseado en algún momento, en ese intervalo de tiempo que va desde noviembre de 2015 hasta el pasado sábado, al caer la noche por los alrededores de la Torre Eiffel sin peligro de que la noche terminase con una navaja clavada en cualquier parte del cuerpo. Sin duda, una versión edulcorada de lo que París era y sigue siendo para aquellos, que al contrario de la gente de a pie, se mueven en coches oficiales de un punto a otro de una ciudad, que vista desde la seguridad que puede llegar a dar un coche privado, puede seguir considerándose la más bonita del mundo, por lo tanto, según ciertas suposiciones, la más segura.
Con retrospectiva me alegro de la inconsciencia en la que pasé los primeros años que viví allí. De no haber sido así, no hubiese cogido trenes nocturnos ni hubiese paseado por las mismas calles que ese turista alemán al caer la noche porque era el momento más mágico. Al anochecer, París se convertía en un set de rodaje, un cuadro o un libro. El yihadista que mató al turista alemán estaba fichado por la policía y había cumplido condena por un atentado frustrado contra la zona financiera de La Défense. Sufría graves problemas psiquiátricos y se le consideraba inestable y muy fácilmente influenciable. Su médico le había retirado la medicación por considerar que se encontraba mejor. Al parecer, nadie pareció caer en la cuenta de que alguien, previamente condenado y a quien se considera inestable y fácilmente influenciable, si no se medica, puede acabar cometiendo un crimen. Es posible que las personas que se empiezan a preguntar ahora sobre la seguridad de unos Juegos Olímpicos, hayan tenido hasta este momento en la cabeza la primera escena de El último tango en París en la que un jovencísimo Marlon Brandon pasea por el puente de Bir-Hakeim.
El otro día alguien me dijo que para vivir en París había que estar enamorada. Tenía razón, pero todas sabemos que el enamoramiento no puede durar mucho tiempo. Tarde o temprano entra en juego la razón. Y es esa razón la que hace que todo salte por los aires. No se puede ser un niño eternamente, ni tampoco se puede creer que por tener un bebé al que todo el mundo admira no debemos hacer algo por protegerle. Yo estaba enamorada de París y lo sigo estando, si no fuera de esa manera no me dolerían las costillas ni tendría ganas de acunarla entre mis brazos. Dejar de amarla significaría poner fin a la película que cuenta la historia de una chica que una vez leyó un libro en el que París era la protagonista. Los cuadros llegaron más tarde.
Tamara Tossi ©
Òh la la! Vous avez beaucoup de talent! ✏️❤️
hahahaah ¡gracias!